Semiramis
se hace cargo de la guardería de las hadas. Todo empezó con la llegada de la
primera Semilla… primero Semiramis se quedaba a su cargo cuando las hadas no
estaban, y poco a poco, le fueron llegando los otros pequeños elementales:
sirenitas de agua, gnomos de tierra, brotes vegetales. Semiramis, acostumbrada
a velar por los pequeños desde el principio de los tiempos, los colma de
cuidados, juega con ellos y cubre todas sus necesidades, pero está triste. Los
niños de las hadas crecen pronto, van y vienen y desaparecen. Llegan sin nombre
y salen antes de que Semiramis les pueda dar uno. Y aunque todos creen que
Semiramis apenas tiene memoria, anclada como está en su mentalidad de niña
eterna, Semiramis recuerda los tiempos en que velaba por los hijos de los
hombres desde el momento en que sus hembras daban a luz, en que la veneraban
con el nombre de Hathor, y le hacían ofrendas. Los tiempos en que los niños
recibían nombre, y ella les veía crecer, y recordarla en sus ritos de paso a la
adolescencia. Y Semiramis está triste.
Westley
observa a Semiramis y siente algo raro en su corazón. Ese corazón que Westley
entrega sin remordimientos todas las noches, y vuelve a llevarse por las
mañanas, excepto un pequeño trocito que guarda para su amor imposible, cierta
mujer casada que sabe que nunca será suya. Por eso le extraña sentir algo así
cuando mira a Semiramis. No es lo mismo, lo sabe. No es ese tipo de
sentimiento. Pero algo le dice que tiene que hacerla sonreir, o si no su
corazón le dolerá como cada vez que ve triste a esa otra mujer. Y mira a
Semiramis acunar a los pequeños bebés hada, y una idea surge en su mente.
Si
hay algo que Westley puede hacer, es magia. Él mismo está hecho de ella. Así
que toma un poco de arcilla y modela un tosco muñeco. Le insufla vida. Nunca
dejará de ser una imitación, él no es capaz de crear vida real, pero este
pequeño golem imita la vida fabulosamente bien, y lo que es mejor, nunca
crecerá, como la propia Semiramis. Se lo lleva a Semiramis para que lo cuide, y
Semiramis sonríe con una sonrisa que le hace resplandecer el corazón.
Al
poco tiempo Semiramis le trae otro pequeño muñeco. Este es más delicado, como
de hecho de porcelana. Le mira con sus ojos de amatista y pregunta:
-
¿Podrías hacer lo mismo con Apis? Creo que Horus necesita una compañera.
Westley
es feliz, porque Semiramis es feliz.