Es bueno encontrarse con una vieja amiga - por José Manuel Romeo

ES BUENO ENCONTRARSE CON UNA VIEJA AMIGA 

Llovía torrencialmente, y el bolmai se había detenido completamente delante de la posada. Permaneció allí quieto sin mover un músculo durante un largo tiempo. Parecía asombrado y divertido “¡Qué suerte! ¡Encontrar esta taberna precisamente aquí! Espero que la Diosa no esté jugando conmigo”. “La Viuda Alegre”, rezaba el letrero de la entrada.
Unos meses antes el bolmai había dejado atados todos los cabos referentes a las tareas que le habían impuesto como Señor de las Cavernas Exteriores.
- Podré pasar unos días tranquilo sin preocuparme de nada mas, y, para ello, te hago a ti responsable de todo durante mi ausencia, - se había despedido de su consejero.
- Mi señor, no sé podré asumir tamaña responsabilidad, estoy...
- No, mi buen Dargan, estás más que preparado.
Se despidió de sus allegados más queridos y envió un breve mensaje a su amigo Yrdin allá en

tierras tanaii... “Parto a tierras tordali, saludos a Luna y Bigán”.
Y partió junto con su montura, un asno de las montañas de grueso pelaje gris. Ahora hacía meses

de aquello, y justo cuando empezaba su regreso se encontró una taberna que le resultaba familiar a las afueras de un pueblecito humano.
Mientras el agua calaba sus viajeros huesos decidía si debería entrar o no. Parecía la misma taberna en la que hace tanto tiempo conoció a Yrdin y a la Viuda, pero ahora estaba situada tan lejos de la capital tordali que le resultaba increíble.
Echó un ultimo vistazo a su asno, al cual había atado cerca de allí resguardado del diluvio, y empujó la puerta exterior. Esta cedió sin problema.
Hermn entró dentro. Sus ojos tardaron poco a acostumbrarse a la oscuridad interior, era un bolmai. Conforme se adentraba, reconoció el recibidor en el que todos sin excepción debían dejar los sombreros, los abrigos y las armas, ya que a la viuda no le gustaban las peleas en su local.
Antes de atravesar la puerta que daba paso a la taberna, dejó su abrigo empapado, sacudió sus botas para desprender un poco el barro y escuchó una voz familiar que venía de dentro...
- Dejad el abrigo y las botas. La taberna esta cerrada, pero podéis guareceros de la que está cayendo. Si portáis armas, deberéis dejarlas fuera también.
- Entonces debería decapitarme, pues mi mejor arma es mi ingenio y nunca me separo de él, - respondió el bolmai.
- Sólo hay una persona en este mundo que respondería de ese modo..., – exclamó la viuda mientras se asomaba al recibidor llena de alegría. - ¡Hermn!
- Hola, Viuda, – saludó Hermn – es bueno encontrarse con una vieja amiga...
- Lo mismo digo, querido amigo, lo mismo digo... ¡Pero que desconsiderada soy!. Pasa, pasa aquí dentro. Hay un fuego en la chimenea con el que podrás calentarte.
- Espera, antes voy a quitarme esta bota, que parece haber encogido con la lluvia...
Y dando botes consiguió quitársela sin dar de narices en el suelo. Cuando hubo acabado los equilibrismos se dirigió al interior de la taberna...
- Tienes cerca de la puerta unos zapatos de mi marido. Póntelos, espero que te sirvan.
- No sabía que te hubieras vuelto a casar...,- comentó mientras se calzaba los viejos zapatos. - Y no lo he hecho. Es lo poco que queda de la ropa que dejó mi difunto marido.
- Lo siento... ¿qué ha sido de tu vida?. Es decir, desde que nos vimos la última vez. ¿Cómo has

llegado hasta aquí?...
- ¡Huy! Es una historia larga de contar, – dijo mientras salía de la cocina portando una bandeja con un tazón, cubiertos, un vaso y una jarra, – así que, mientras te tomas una sopita calentita, serás tú quien me cuente que ha sido de tu vida...
- Bueno, han pasado muchas cosas desde la última vez... Yrdin ahora comparte su vida con la ex- emperatriz del imperio tanai, tiene un niño y...
- ¿Consiguió encontrarla por fin?
- Sí, ya hace unos años que colgó sus zapatillas gailas y sentó cabeza, aunque tú ya sabes que tal vez algún día vuelva a montar jaleo. De hecho, el pasado festival del verano ya hizo de las suyas en la corte, metiendo a todos por medio.
- Bueno, ¿y tú?, ¿cómo te va?.
- ¡Puf!. – Acercó las manos al tazón y dio un largo sorbo, se limpió con la manga y continuó: – La última vez que estuvimos aquí fue hace mucho. Si mal no recuerdo, en aquella época tu taberna estaba en Mogar, la capital. Habíamos sido acusados injustamente, hechos prisioneros y condenados a morir ahogados en el lago de mercurio que rodeaba la ciudad. Gracias al don de Yrdin conseguimos escapar, te pedimos un poco de ayuda y tú no nos la negaste, como bien recordarás. Cuando las cosas parecían haberse calmado los dos salimos a la calle, y después de recorrer dos manzanas...
...Unos guardias nos dieron el alto, nos habían reconocido... Nunca he corrido tanto como entonces. Salimos de la ciudad y nos dirigimos al palacio que hay en la montaña y donde se guardan todos los pájaros de seda.
Yrdin decidió subir a lo más alto. Se había enterado de la reciente construcción de un pájaro de seda muy especial, un dragón de seda. Yo no daba crédito a mis ojos. Por aquel entonces, yo padecía vértigo, sobre todo si voy en algo totalmente desconocido. Aquello fue una cura de choque.
No sé como es que sabía manejarse con ese aparato... nos persiguieron y dispararon, pero él consiguió darles esquinazo.
No entiendo mucho como funcionaban esos artefactos pero cuando el dragón perdió su impulso caímos. Estábamos muy lejos de la capital. Tras varios días andando llegamos a un poblado de pescadores. Estuvimos allí unos días y en cuanto pudimos partimos apresuradamente. Yrdin decía que había descubierto algo realmente extraño y en cuanto ordenase sus ideas me lo explicaría, ya que no quería confundirme.
Después de andar y andar, y, cuando creía que estábamos casi al borde del fin del mundo, llegamos a las colonias tanaii que por aquel entonces había allí, en el continente humano. Llegar al imperio tanai seria fácil si reuníamos suficiente cantidad para pagar un pasaje en un barco mercante.
- Perdona, pero me estoy perdiendo un poco. Debo confesarte que no conozco bien los pueblos de este mundo. ¿Podrías explicarme eso de los tanaii y los tordalii?.
- Claro. Ya me sospechaba yo que una taberna que aparece en otra ciudad piedra por piedra no podía ser este mundo – sonrió con complicidad el bolmai. – No creas que me sorprende que seas de otro mundo. Yrdin ya me había contado que existen varios, y sospecho que habla por propia experiencia. Sería interesante que intercambiarais impresiones algún día.
- No creo que tengamos la oportunidad – suspiró la Viuda, - pero a mí tampoco me importaría. De todos modos, no te alejes del tema y explícamelo con detalle, ya que estamos.
- De acuerdo, pero luego tu tendrás que contarme tu secreto. – Hermn se acomodó y tomo aliento. – En Ashana, nuestro mundo, hay dos continentes. En uno sólo hay humanos o tordalii, como se les llama en mi tierra y que son más o menos como tú. Mi tierra es el otro continente, donde vivimos las razas tanaii, entre los que estamos los bolmaii, a los que reconcerás porque somos más bajos y anchos de cuerpo y cara que los demás, incluídos los humanos, como yo; los selmaii, que son idénticos a los humanos;
nolgaii, que son algo más altos y de ojos más grandes y almendrados, como Yrdin; y, por último, están los veltmaii, que son como enormes bestias, aunque verás pocos de estas razas por aquí... Hace años se empezaron a crear colonias tanaii en territorio humano. Tordalii y tanaii siempre han tenido marcadas diferencias, y desde entonces se acentuaron mucho más.
- Gracias – respondió la Viuda. – He visto razas similares en otros mundos, pero nunca he estado el tiempo suficiente para saber como se llaman en cada uno de ellos.
- O sea, que no sabrías como llamar a mi pueblo si lo necesitaras – bromeó Hermn. – Eso explica que te sorprendieras tan poco de vernos a Yrdin y a mi la otra vez. Te aseguro que un tordali normal hubiera puesto otra cara.
- Por favor, continúa con tu historia – pidió la Viuda, viendo que Hermn se desviaba otra vez del tema.
- En cuanto llegamos a la capital, Yrdin conoció a la princesa Luna de la casa Zirah. Como es normal, los dos volvimos a ser apresados, yo por ser un bolmai, ya que tampoco somos muy populares por allí, y él por cantar una serenata debajo del balcón de ella.
Yrdin dijo que la vida de la corte no era para él, y en cuanto pudo, me liberó y convenció a Luna para que se fueran a la antigua residencia de sus padres allá en Zirah. Yo por mi parte volví con los míos allá en el norte. Había tenido demasiadas emociones.
Lejos de haber acabado todo, Yrdin seguía investigando sobre un posible fraude que iba a provocar una guerra entre tanaii y humanos.
Durante el año que siguió solo hubo dos noticias importantes... La primera fue que en una de las cuevas encontré una ruta hacia los míticos aposentos de reposo donde iban los tanaii que se habían cansado de vivir, y tal vez allí Yrdin podría encontrar la pista sólida que demostrase el fraude y detuviera la guerra. En cuanto lo supo partió hacia mi hogar.
El fraude tenía que ver con una leyenda común a todos que dice que en el principio de los tiempos todas las razas eran esclavas en el infierno. Los tordalii se rebelaron, pero solo consiguieron liberarse con la ayuda de los tanaii. A partir de entonces, cada vez que un emperador humano es coronado, recibe la visita de un sabio tanai para recordarle su deuda con ellos...
... Esta vez se rumoreaba que junto al sabio había venido el emperador tanai. Durante la visita ambos emperadores se enamoraron de la misma mujer. La rivalidad empezó cuando ella quedó encinta y ambos monarcas se disputaron a los herederos, pues ninguno sabía su verdadera paternidad y ambos necesitaban de un sucesor. El fraude que Yrdin sospechaba es que todo fue un montaje para enfrentarlos y comenzar una guerra a escala mundial.
La otra noticia importante era que la princesa Luna esperaba un hijo de Yrdin. Nunca me he arrepentido de nada de lo que he hecho, salvo de haber enviado esa carta a mi amigo informándole sobre la ruta. Nunca olvidaré como después de dos días de camino por las cuevas se derrumbó el tramo que tenia delante de mi, sepultando a Yrdin. Luna dio a luz varios meses después. Ya sabía la triste noticia, pero aun había peores nuevas por llegar...
... La guerra había comenzado y el emperador tanai necesitaba de hombres armados. Luna me contó que una noche oscura como boca de lobo llegó a palacio un emisario trayendo ordenes de alistamiento. Luna debería servir a su señor en el campo de batalla. Ella se negó, estando embarazada era una locura. El mensajero le informó que en el caso de que se negase él debería considerar que ella no era una sierva leal y por tanto el mismo en persona reclutaría a las gentes que vivían en las tierras de Zirah. Ella se sintió responsable de las vidas de esas personas y retiro su negativa. Lo que ella no sabía era que las gentes del lugar tenían demasiado cariño tanto a Luna como a Yrdin, y algunos se alistaron para no dejar sola a su señora. Todos los combatientes partieron hacia las colonias tanaii que había en el continente humano.
Las semanas previas a la batalla Luna dio a luz. El hipócrita del emperador le ofreció sus estancias reales, pero ella se negó. Permanecería junto a su gente. El emperador mandó un contingente a la vivienda de ella. Custodiaron y vigilaron el parto, pero dio igual. No se sabe si fue el disgusto que meses atrás tuvo con la muerte de Yrdin, o tal vez fue el viaje, o las condiciones insanas en las que ella había estado las últimas semanas, pero el niño nació muerto y el emperador en persona así se lo notificó...
Ella, por la rabia, en cuanto pudo ponerse en pie se entrenó para la batalla, no en vano tenía fama de ser la mejor combatiente tanai. Gracias a su carácter se ganó la amistad de todos aquellos a los que conoció esos días, lo cual le permitió erigirse como oficial de su escuadrón.
El primer día de batalla, cuando tanaii y tordalii estaban en plena pelea, aparecieron cientos de dragones que hicieron a todos retirarse.
El segundo día aparecieron sobre el campo de batalla muertos que actuaban como si estuvieran vivos.
El tercer día el escuadrón que comandaba Luna cayó por entero...
- Es la historia más triste que he escuchado nunca. ¿Qué hiciste tú durante ese tiempo?. Porque tú no estuviste presente en todo esto que acabas de contarme...
- Yo estuve buscando una esperanza, y al final, cuando todo estaba perdido, la encontré...
- Algo me dice que te guardas un final sorprendente, como los magos de feria, – y se levantó a retirar la bandeja con el tazón vacío, dejando sobre la mesa la jarra de vino y el vaso.
- Puede ser. ¿Por qué lo dices?
- Has aprendido mucho de Yrdin. Cuentas las historias casi como él. Siempre se guardaba lo mejor para el final
- Ahora eres tú quien debería contarme algo. Parece que la historia te ha afectado especialmente, y no creo que sea sólo por cariño hacia Yrdin.
Ella se quedó pensando unos segundos y asintió.
- Además de viuda he sido madre, y yo también perdí a mi hijo, solo que no fue en un parto. Pude haber sido feliz con él y sin embargo no le hice caso. Él difería de mi modo de pensar, de cómo llevar esta taberna, y al final se marchó...
... No es fácil la vida que he elegido. Cada cierto tiempo mi hogar, esta taberna, cambia de lugar en un abrir y cerrar de ojos. Yo era una aventurera como tu, como Yrdin, pero cuando llegué a esta taberna con diecinueve años me sentí como en mi hogar, conocí al dueño, me casé con él y desde entonces he estado vagando...
- Yo también me siento en esta taberna como en mi hogar, si alguna vez he tenido algo así, – dijo Hermn levantándose y dirigiéndose a la barra para coger otro vaso, mientras ella entraba en la cocina. – Pero explícame eso de la taberna que cambia de lugar, que la curiosidad me está matando.
- Si tú acabas tu historia, – y en voz queda añadió: - No, si resultará que te la has inventado.
El bolmai se sonrió y una vez encontró los vasos cogió uno y le acompañó al interior de la cocina, mientras ella iba fregando los cubiertos, el tazón y algún otro cacharro de la noche anterior.
- ¿Así que eras una aventurera?, ¿y qué más?.
- Oye, no te rías. He vivido situaciones que harían que tus hazañas con Yrdin fueran un juego de niños.
- Bueno, ¿y a qué esperas para contármelas?
- En otra ocasión, Hermn, en otra ocasión, – y se secó las manos. – Vayamos a tomar esas copas de vino, mientras te cuento mi historia y la de esta taberna.
En cuanto tomaron asiento ella comenzó. - Como ya te dije, durante mi juventud...
- ¿Ahora no eres joven?. Pues te conservas muy bien, – le provocó mientras le servía en el vaso.
- No te pases, si no quieres arrepentirte... - y Hermn supo que ella no bromeaba. – Tenía unos diecinueve años cuando llegue aquí por casualidad. La verdad es que estaba huyendo de una de mis escaramuzas y busque refugio aquí. Ahora sé que casi todos los que entran en esta taberna huyendo entran por esa puerta – y señaló la de entrada – y salen por la del patio – y apuntó hacia la puerta del fondo de la sala – para no volver fácilmente al lugar de donde huían...
No es por que yo lo diga, pero me defendí bastante bien, e hice que aquellos que me perseguían tomasen el camino que debería haber tomado yo.
... En esta taberna hay magia en todos y cada uno de sus recovecos y es esa magia la que le permite ser una taberna tan especial. Eso me dijo el propietario esa noche mientras compartíamos el lecho, sin saber que acabaría siendo mi marido. Una vez llegue aquí encontré mi hogar.
Por aquel entonces yo era todo alegría, y todavía conservo algo de ese carácter, aunque ahora tal vez me he vuelto un poco huraña, como era él. Creo que me aceptó por que yo representaba todo lo opuesto de lo que él era.
Él me tomó como nadie me había tomado hasta entonces, me hizo sentir como nadie me había hecho sentir hasta entonces y cuando un grupo de borrachos le asesinó delante de mí y de mi hijo no había nadie por quien hubiera sufrido tanto hasta entonces como por él.
Él, que me había tomado por esposa, que había cuidado de mí y me había hecho sentir alguien importante, nunca me explicó como funcionaba su taberna. Porque aunque él ya está muerto, y yo ya he tomado posesión de ella, sigue siendo su taberna.
- Entonces, ¿no sabes como viaja este edificio?
- No. Sólo sé que cuando se enciendan las velas que hay en las lámparas de la puerta del patio a la mañana siguiente estaré en otro lugar, en otra dimensión, en otra época... ¿quién sabe...?
- ¿No has tratado de destruirlas?
Ella le miró sombríamente y añadió:
- Si que lo intenté. La noche antes de que mi marido muriera, intenté destruirlas a golpes. Creo

que él murió como castigo a mi osadía.
- ¿Por qué intentaste destruirlas?. ¿Acaso querías dejar de vagar por siempre?
- Tal vez descubrí que mi espíritu no era tan nómada como en mi juventud. Sin embargo, el

sentimiento de culpa por su muerte hizo que no pudiera dejar esta taberna ni volver a intentar impedir que viajase.
El bolmai miró pensativo hacia la puerta del patio.
- ¿Qué pasó con tu hijo? - le preguntó.
- Te lo puedes imaginar. No hay nada mas esclavo que un negocio de cara al publico como esta

taberna. Y si encima no te dejan alejarte de ella por si acaso parte sin avisar. Un niño necesita explayarse de pequeño, y también de adolescente. Él simplemente se cansó. Él hizo en su momento todo lo que tú me estas proponiendo, pero él tuvo sus razones. – Se quedó callada un rato, y añadió: – He asumido mi culpa por la muerte de mi esposo y creo que la he llevado demasiado lejos, ya es demasiado tarde. No tengo a mi hijo para decirle que me equivoqué y que me iría con él, y tampoco tengo ahora ganas de irme de aquí sola.
- Cuando se marchó, ¿se despidió?...
- Mi hijo partió una mañana. Acabábamos de llegar a no sé dónde, son demasiados lugares que recordar, y, sí, se despidió. Yo no creí que fuera en serio hasta que a la mañana siguiente aparecí en otro lugar. No creo que consiga averiguar nunca qué suerte corrió, ni si es feliz o si me echa de menos...
En ese momento entró corriendo un hombre con las ropas y la capa calada que llevaba una espada. En un instante agarró a la viuda por detrás apoyando el filo de su arma en el cuello de ella y gritó:
- ¡Si no me dejáis partir, la mataré!, ¡juro que lo haré!.
Cinco hombres armados y calados entraron tras él en la taberna. Llevaban las insignias de las panteras imperiales, la mejor guardia de seguridad del territorio tordali.
- No hagas tonterías, –indicó el que parecía ser el oficial de mayor rango.– Entrégate, se acabaron tus tiempos de fraude y engaño.
- No os acerquéis o ella morirá, y luego lo hará el enano, – y señaló al bolmai.
- Yo te conozco, – dijo Hermn pausadamente. - Mi señora Luna te derrotó una vez, si no fueron dos. Tú eres ese al que le gusta presumir de ser la mejor espada del imperio, algo que no es cierto, pues es bien sabido que la mejor espada del imperio es Saralan, alguien quien obviamente no eres.
- ¿Te conozco? – preguntó confundido el espadachín.
- Si que me conoces, o deberías y también deberías soltarla, si no quieres pasarlo realmente mal. - No se meta en esto. Es un asunto imperial – terció el oficial mientras él y sus hombres iban

rodeando al farsante poco a poco.
Hermn continuó, haciendo caso omiso.
- Todos mis amigos dicen que soy un tipo pacifico, incluso algunos que han intentado insultarme

me provocaron preguntándome si tenia agua en las venas en vez de sangre. Estás poniendo en peligro a una persona a la que aprecio mucho, y a la que hacía tiempo que no veía. Hijo, suéltala o clavaré esto, – y le enseñó una pequeña aguja no mayor que su dedo meñique, – en tu garganta, y como ya dije, y no me gusta repetirme, lo pasarás muy mal.
Ella, desde su incómoda posición, le miró a los ojos, y él le devolvió la mirada. El farsante retrocedió arrastrando a la viuda hacia el fondo de la taberna. Los guardias detuvieron su avance.
Hermn levantó lentamente su mano derecha y empezó a mesarse la larga melena que reposaba sobre los hombros.
De repente la viuda se vio liberada. El farsante tenia la pequeña aguja clavada en la garganta, impidiéndole respirar. El bolmai tenía su brazo extendido, y lo dobló poco a poco mientras un curioso mecanismo volvía a su posición de origen.
Viendo a la viuda fuera de peligro, los guardias corrieron hacia su presa, la cual salió corriendo entre jadeos por la puerta trasera. Al atravesarla desaparecieron todos, y volvió la calma.
- Gracias mi buen Hermn. Creí que éste era mi fin.
- No ha sido nada. Nunca había disparado este artilugio, aun estoy sorprendido por el resultado. Por cierto ¿dónde han ido?. Una vez atravesaron la puerta, desaparecieron.
La viuda empezó a ordenar los taburetes.
- Solo ellos saben a donde han ido, - le contestó.
- Es extraordinario.
- Ven, échame una mano. Dentro de poco abriré el establecimiento.
- ¿Quieres que repare esas marcas que han dejado en la silla?.
- No será necesario... en esta taberna hay magia en todos y cada uno de sus recovecos, y es esa

magia la que le permite ser una taberna tan especial. Mañana estará como nueva. - ¿Y los gastos?
- La caja que hay en la barra se encarga de convertir las ganancias a la moneda local... - ¿Y las viandas?, ¿el vino?, ¿la cerveza?
- Me da tiempo a hacer algunas compras antes de abrir la taberna – sentenció con un

encogimiento de hombros. – Y cuando cambia de sitio, la misma magia las adapta, si es necesario, al gusto local.
Hermn sonrió, pensando en todo lo que le había contado la viuda. Recordaba haber leído en su juventud algún manuscrito describiendo prodigios semejantes. Pero el tiempo corría, y el bolmai sabía que la visita estaba llegando a su término.
- Perdona, ¿dónde esta el excusado? – preguntó.
- La puerta contigua a la del patio, justo en frente de las escaleras.
Ella continuó recogiendo lo poco que quedaba por ordenar, después se fue a la cocina y se puso

un delantal, encendió el fuego y puso a calentar más sopa para la cena. Lo había pasado tan bien que no se había dado cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo.
Salió de la cocina justo cuando Hermn aparecía totalmente pertrechado.
-  Creí que te ibas a quedar, – dijo ella desilusionada.
-  No puedo, debo partir. Aun me queda mucho hasta mi señorío.
-  No terminaste de contarme la historia. Me mentiste.
-  No, no te he mentido. Te contaré esa historia en otro momento, pero hoy no.
-  Sabes que tal vez no haya otra vez. Puede que nunca volvamos a vernos.
-  La esperanza es lo ultimo que se pierde, y yo estoy convencido que volveremos a vernos, si tú quieres.
-  Hermn, cabezota, si eso es lo que quieres vete. Déjame sola otra vez. Ya estoy acostumbrada.
Hermn dejó la taberna con una sonrisa en sus labios. Desató a su asno y se dirigió de vuelta a casa.
No había recorrido ni media legua cuando una figura alta cubierta por una capa negra salió a su encuentro.
- Saludos, querido emperador.
- Saludos, Hermn.
- Tus antecesores jamás se portaron así de bien conmigo. ¿Has venido a buscarme?
- Sabes que sí.
- Contaba con ello. Me imaginaba que mis amigos estarían preocupados.
- Vine porque Luna me lo pidió. Estaba preocupada, interpretó tu carta como una despedida de

verdad.
- Bueno, pues partamos. Ya que has de ser tu quien me lleve, que sea cuanto antes. Sabes lo que

me desagrada tu forma de viajar. Pero antes, quiero que me hagas un favor. - Dime cual.
- Una vez me dijiste que si subes hacia el cielo llegas al vacío en el que están todas las estrellas. - Si, eso dije, y lo sé porque alguna vez he estado allí.
Hermn se echó mano al abrigo, y sacó un pequeño paquete
- Toma, haz llegar esto a ese vacío.

Acto seguido el paquete había desaparecido de su mano.
- ¿Puedo saber antes de irnos por qué querías enviar una simples velas al vacío exterior?
- Sabes Ledani, no hay nada mejor que la amistad, y cuando hace tiempo que no has visto a

alguien, siempre es bueno encontrarte con una vieja amiga. - O sea, que no me lo vas a decir.